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jueves, 29 de enero de 2015

"A MÍ SE ME SALTARON LAS LÁGRIMAS CON EL ABRAZO DE AQUEL PACIENTE."

"A mi se me saltaron las lágrimas con el abrazo de aquel paciente, y no me da vergüenza contároslo. No me da vergüenza porque he aprendido y sigo aprendiendo desde entonces.
Hasta que no ves tan cerca la muerte, no puedes apreciar tanto la vida.


Cuando estudiamos la asignatura de psicología durante la carrera de enfermería, medicina o el TES, nos dicen que "no debemos empatizar demasiado, para no llevarnos los problemas a casa". Bien, muy buena frase. El problema es que somos humanos. 
Humanos que se dejan tocar por los sentimientos. Humanos que no pueden ser impasibles al sufrimiento. Detrás de esos uniformes reflectantes, hay corazones incandescentes, llenos de vida. 


Y sufrimos. Sufrimos al mirar a los ojos a una madre que acaba de perder a su hijo de 19 años en un accidente de moto y nos pregunta... "¿por qué a mi? ¿por qué a mi hijo?". Sufrimos.
Cuando coges la mano de esa abuelita que te recuerda a la tuya, o a tu madre. Tragas saliva y respiras hondo. Con el tiempo, nuestro corazón (que nunca llegará a acostumbrarse), inventa recursos, se pone él mismo "tiritas". 

Aprende. Aprende de cada paciente algo positivo de la vida. De aquel que te dice "tú no sabes lo que estoy sufriendo", y es imposible, ya que por suerte tú estás sano. 
Aprende de aquel, que tras nueve meses de ingreso en la UCI, te reconoce por la calle y agradecido se le saltan las lágrimas.
Aprende. Yo no quiero dejar de aprender, NUNCA.

Nunca olvides que, a veces, el mejor tratamiento es una caricia, una sonrisa. Yo jamás olvidaré tampoco la frase que me enseñó aquella profesora de Fundamentos de Enfermería en la facultad: "Si puedes curar, cura; si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, acompaña."

Quizás, por todo ello, hoy se aprovechar los pequeños detalles que la vida me ofrece. Quizás, gracias a las emergencias, se valorar cada instante de vida, porque aprendí que podemos perderla en tan sólo segundos.

Cuando te quites el uniforme, quítate también los problemas del trabajo, el estrés de la guardia, la mala respuesta de tu compañero en un momento de tensión. 
Cuando te vuelvas a poner el uniforme, empieza de cero, como si fuese tu primera guardia, como si nunca hubieses visto el sufrimiento desde tan cerca, pero sabiendo todo lo que aprendiste.

Disfruta de tu familia. Corre. Ríe. Escala montañas, disfruta de las vistas. Busca esos 5 minutos para tomar un café con ese amigo que hace tiempo que no ves. Abraza. Besa. Dile a la gente que la aprecias, que los aprecias. Salta a la comba si te apetece. 
Pero disfruta de cada momento, como si fuese el último. Demostrando que valoramos la vida tanto como se merece.



Como decía el gran Pablo Neruda: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida."


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